Mauricio Olavarría:
Crecimiento inclusivo.
Desde el año pasado ha ido quedando cada vez más en evidencia la necesidad de recuperar las tasas de crecimiento económico que el país observó en los pasados 25 años, particularmente las tasas de la década de 1990, o, al menos, alcanzar el crecimiento potencial de la economía chilena. La razón de ello ha sido el magro 1,9% del PIB en 2014 y el también decepcionante 2,1% de 2015.
Durante el siglo XX Chile creció, en promedio, a un mediocre 3,3% anual, lo que impidió que el país alcanzará las metas del desarrollo. Políticas económicas que no se actualizaron oportunamente y que mantuvieron prácticas que pudieron haber sido adecuadas para las décadas de 1930 y 1940, pero no a posteriori, una excesiva intervención del Estado en la economía, desalentando la inversión y actividad privada, el excesivo ideologismo de las décadas de 1950, 1960 y 1970, y expectativas no realistas están entre las causas recurrentemente citadas por los especialistas de por qué Chile no alcanzó el desarrollo.
El desarrollo aquí es entendido como un estado de la situación social, política, económica y cultural que genera mayores y mejores oportunidades para un equitativo disfrute de los bienes sociales y para que, en consecuencia, cada uno “pueda optar por los modos de vida que tiene razones para valorar” (Sen 2000).
En ello, el crecimiento económico juega un rol importante, pues implica disponer de mayor riqueza que pueda ser usada para mejorar el bienestar de los ciudadanos. Como me lo dijo sabiamente don Patricio Aylwin en 1988: “es necesario hacer crecer la torta para que más personas se puedan sentar a la mesa”.
De este modo, entonces, si bien el crecimiento económico es importante, no cualquier tipo de crecimiento económico es el que necesitamos para generar una expansión equitativa de las oportunidades. Necesitamos un crecimiento económico inclusivo, que implique que los beneficios de este proceso favorezca rápidamente y prioritariamente a los más pobres. Juan Pablo II nos recordaba que “los pobres no pueden esperar”. Luego, una estrategia de crecimiento económico que busque mejoras sociales basadas en el “chorreo”, no es la opción que quienes asumimos un ideario humanista cristiano demandamos.
El crecimiento económico puede afectar positivamente la situación social de los más desaventajados a través de dos mecanismos centrales: el mercado del trabajo y la recaudación tributaria destinada a inversión social. Así, una estrategia de crecimiento inclusivo debe incorporar mecanismos concretos que permitan que las personas que viven en condiciones socioeconómicas aflictivas se beneficien directamente de este esfuerzo. Guillermo ha identificado certeramente los mecanismos que esa estrategia debería incorporar en el Chile actual.
Dado que a través del trabajo las personas obtienen los medios de vida, entonces las estrategias de crecimiento inclusivo deben procurar que se alcancen altas tasas de empleo, integración laboral de mujeres, de personas mayores en capacidad de trabajar, expansión del trabajo formal, con contrato y protección social, desincentivo del trabajo informal y precario.
Una visión funcional a este objetivo, es ver a la empresa, organizaciones e incluso a los servicios públicos como comunidades en que cooperan dos grandes esfuerzos: de trabajadores y empleadores. La conjunción de estos esfuerzos permite que la organización alcance sus objetivos. En un ambiente en que las partes se reconocen recíprocamente formando parte de una comunidad de cooperación, hay más probabilidades de distribución equitativa de los beneficios obtenidos por los logros alcanzados.
Esta visión no desconoce la existencia de abusos, que pueden originarse en cualquiera de las partes que conforman estas comunidades, aunque con mayor frecuencia los medios reportan los originados en la parte patronal. Frente a ello, la política laboral debe establecer sanciones y desincentivos a estas prácticas, instaurar mecanismos que incentiven la cooperación y reforzar instancias de mediación que permitan conciliar intereses.
Una visión alternativa, la de la lucha de clases, ve a la empresa y a las organizaciones como una arena de enfrentamiento de dos fuerzas irreconciliables. La solución tradicional en esta visión, a la situación descrita, ha sido la apropiación por parte de los trabajadores de la empresa. Una solución más actualizada en la visión de la lucha de clases descarta la idea de cooperación, se centra en el conflicto y propugna, por tanto, el equilibrio de fuerzas entre los empleadores y los representantes de los trabajadores, el sindicato. En esta solución, se lo otorga el monopolio de la representación al sindicato, se le concede poder de veto sobre la gestión de la empresa y organizaciones, y se acepta que la huelga puede darse incluso fuera del periodo de negociación colectiva.
Aunque esa visión alcanzó gran popularidad en la segunda mitad del siglo XIX y buena parte del siglo XX, no logra interpretar la vida real al interior de las organizaciones. Las prácticas actuales de la gestión de personas tienden a reconocer el valor del trabajo y del trabajador, la necesidad de integración de esfuerzos, los sistemas de distribución de beneficios y la importancia de los climas organizacionales en la obtención de los logros de la empresa y organizaciones.
La evidencia muestra que las sociedades en que ha imperado esta visión el resultado ha sido opresión y pobreza. La Venezuela de Chávez y Maduro es una ilustración de ello.
Asimismo, dado que el crecimiento genera una oportunidad y que quienes las toman son aquellos que exhiben capacidades, la política social juega un rol central en los propósitos de alcanzar una sociedad inclusiva, de integración social, en que todos puedan alcanzar un nivel de bienestar que es común en la sociedad.
De este modo, las políticas de educación, de capacitación y habilitación laboral, de salud, y de protección social juegan un rol insustituible en los esfuerzos por alcanzar una “patria justa y buena para todos”.
Este esfuerzo no debe estar meramente orientado a solo lograr sujetos más productivos y funcionales al sistema económico. Es un esfuerzo que se basa en reconocer la integralidad del ser humano y su dignidad, orientando su acción a expandir la gama de oportunidades disponibles en la sociedad, al mismo tiempo que expande y refuerza las capacidades de las personas para que puedan acceder a esas oportunidades.
El crecimiento económico es muy importante pero, en si mismo, insuficiente para alcanzar una sociedad inclusiva. Es necesario la implementación de una política económica con rostro humano, que promueva un crecimiento inclusivo, como lo ha mostrado Guillermo, conjuntamente con una política social centrada en expandir capacidades. Esto es finalmente un esfuerzo guiado por un propósito de liberación humana, para que cada uno “pueda optar por el modo de vida que tiene razones para valorar”.