A fines del siglo XVIII el mundo sufrió un cambio mayor. La máquina a vapor de Watts , el cambio de las fuentes de energía , y el nacimiento de las industrias fabriles de fabricación masiva y en serie, fundaron las bases del capitalismo moderno que se expandió como un reguero de progresos materiales por Europa, Estados Unidos, Japón, y centenas de latitudes del globo.
Hacia fines de la década de los noventa en el siglo XX, las voces de creatividad de una serie de innovadores jóvenes con líderes como Bill Gates y Steve Jobs y cientos de otros creativos en las primeras décadas del siglo XXI, exploraron y potenciaron la digitalización, las redes de internet, los smartphones y sus app, la inteligencia artificial y el big data, y revolucionaron de nuevo la manera de organizar los servicios, la logística y la nueva economía.
Hoy nos encontramos insertos todavía en una ola creciente de invenciones y cambios que son disruptivos de la manera de organizar empresa, remover mercados, factores que se hallan en un proceso aceleradísimo de difusión y de impactos sobre el planeta tierra. En una década más será complejo reconocer los vestigios de una serie de organizaciones que hoy aún dominan la escena empresarial y del trabajo.
Pero si bien la presente y desatada IV Revolución Industrial, proyectada a diez años más no alterará la vida de cada ciudadano, no es menos cierto que cambiará radicalmente la forma en que cada uno de nosotros vive. El trabajo, la producción, el lugar llamado empresa, los mercados, las maneras de consumir y de invertir se habrán alterado radicalmente, y para siempre.
Poner el foco en un escenario de cambios disruptivos y acelerativos, y otear el horizonte hacia 2030, es un asunto de primera importancia para la humanidad como un colectivo humano.
De hecho, el autor de estas líneas prepara un libro* , donde intenta asociar dicha revolución tech a una serie de preguntas filosóficas, las que son importantes para hombres y mujeres del futuro. Una conclusión –entre varias relevantes– es que el progreso extra y adicional en producción e ingresos para el mundo del trabajo significará un “dividendo especial” para cada habitante de un conjunto amplio y variado de países . Nuestro cálculo conservador indica que el mundo agregaría al PIB global actual, el equivalente de sumar el valor agregado –actual- de tres países grandes al PIB futuro relevante. Será un dividendo de progreso extra que equivale a que cada persona beneficiada obtenga el equivalente de unas dos horas diarias, de manera libre, disponible a su propio beneficio.
La pregunta futurista clave es: ¿Y en qué vamos a usar ese dividendo de horas extras de bienestar individual, cuando estemos en 2030? Las disyuntivas no son nada de simples; por el contrario ellas levantarán preguntas existenciales de una envergadura mayor. Más vale empezar a prepararnos y prever las consecuencias de un mundo bien distinto al de 2019.
]* “ El sol que no tiene Ocaso “ ; ( libro EAU ,enero 2020 ] .
FUENTE: Revista Capital