Es urgente un liderazgo que priorice resolver los problemas donde hay más necesidad y escuche a los ciudadanos comunes y corrientes.
Duele la muerte de un trabajador de 71 años. Duele la destrucción de un inmueble patrimonial que está dentro de una zona que es Patrimonio de la Humanidad. Duele ver jóvenes encapuchados manifestando tanta ira. Duelen los locales saqueados y el temor de los vecinos. Pero lo que más duele es el deterioro de nuestra convivencia y la falta de conciencia de nuestra responsabilidad colectiva.
Desde el retorno a la democracia, todos los gobiernos esperan que el 21 de mayo haya protestas y manifestaciones. Por lo tanto, no son las protestas, sino las expresiones de extrema violencia las que debemos descifrar y erradicar. No sólo las que se les escapan de las manos a los movimientos juveniles, también las que se expresan en la delincuencia y en la situación de La Araucanía.
¿Qué hay detrás de aquello?
En mi opinión, esta polarización no es ajena a un debate político empobrecido, dominado por consignas, deseos voluntaristas, descalificaciones y un diagnóstico ideologizado de la realidad. El mundo político ha asumido las visiones y demandas sectoriales de los movimientos sociales, sin pasarlas por el tamiz de un diagnóstico riguroso, ni de la búsqueda del bien común. Aquí, el que más grita, más consigue. Hay un déficit severo de diálogo, de argumentos y razones y también de liderazgos creíbles.
Se instaló, además, un discurso simplista y con sabor totalitario que divide a los chilenos entre poderosos y abusados, progresistas y neoliberales, partidarios de las reformas y detractores de ellas. No existen términos medios: o estás conmigo o estás contra mí. Y, por si esto no fuera suficiente, se ha comprometido una sociedad de derechos garantizados universalmente con recursos estatales —en educación, salud, pensiones— que, todo indica, no será posible de cumplir.
Mientras tanto, muchas necesidades prioritarias, en especial las de jóvenes desertores del sistema escolar o egresados de enseñanza media que no estudian ni trabajan, es decir las urgencias de los más pobres y marginados, no están siendo debidamente atendidas. ¿Alguien podría tener mayor frustración que esos jóvenes?
Por eso es tan urgente recomponer un diálogo constructivo entre distintos sectores políticos y sociales, apelando a la cohesión social y a la confianza, con un liderazgo que priorice resolver los problemas donde hay más necesidad y escuche a los ciudadanos comunes y corrientes, esos que no marchan y quieren reformas, pero también quieren un país en paz para prosperar.
Una de las cosas que más me sorprendieron cuando saludamos a miles de chilenos que despidieron a mi padre en su funeral fue la cantidad de gente que nos decía: “Él nos unió, hoy necesitamos volver a ser un país unido”.
FUENTE: Diario La Segunda – Ver acá