La estrategia de desarrollo de Aylwin

Aylwin dirigió sabiamente a Chile por una senda de progreso superior a cualquier alternativa desde entonces.

Sorprende la ligereza de juicios sobre el legado de Patricio Aylwin, en particular sobre su estrategia de desarrollo. Su partida abre las puertas para un debate informado sobre el hombre, su contexto y su obra. Es decir, sobre Chile.

Para la derecha —basta ver cualquier diario la semana pasada—, Aylwin es hoy el hombre creíble de la democracia de los acuerdos. Está bien, pero no siempre fue así. En Enade de 1989, un espectador le gritó a Alejandro Foxley: “No le creo una palabra”. Se criticó a Aylwin por el alza del salario mínimo y la reforma tributaria. Qué decir de la reacción al funeral con honores de Estado que hizo a Salvador Allende. A Aylwin le costó ganarse la confianza empresarial local al punto de que la inversión cayó 3,2% del PIB en 1991, a pesar que la extranjera se duplicó.

Una parte de la izquierda, como la Presidenta Bachelet, el ex Presidente Lagos, Isabel Allende, Osvaldo Andrade, Jorge Arrate o Carlos Ominami, ha sido conceptuosa y equilibrada en su juicio.

Sorprenden opiniones implacables como las de Gabriel Salazar, Premio Nacional de Historia y cercano al movimiento estudiantil. Salazar señala que no se interesa tanto en las personas como en los procesos, pero ignora el proceso tras las decisiones de Aylwin en tres dimensiones: las condicionantes políticas internas, la experiencia de países vecinos y la evolución del pensamiento económico de la DC.

El primer punto es trivial. Liderada por Aylwin, la oposición a la dictadura — excluyendo el PC, MAPU, MIR y FPMR— decidió derribar al tirano usando la legalidad vigente, lo que fue exitoso y salvó muchas vidas. La consecuencia obvia para todos era que la capacidad para hacer cambios radicales estaba limitada.

Segundo, Chile fue el último gran país latinoamericano en recuperar la democracia. Las experiencias heterodoxas de Alfonsín en Argentina (1983-89), Sarney en Brasil (85-90) y García en Perú (85-90) fracasaron: terminaron en hiperinflación y Alfonsín ni siquiera pudo concluir su mandato. ¿Qué lecciones de política económica podíamos aprender de ellos? Sólo no seguirlos.

Finalmente, el pensamiento económico democratacristiano de Jorge Ahumada, Sergio Molina, Carlos Massad, Ricardo Ffrench-Davis y Alejandro Foxley aspiraba a un modelo de desarrollo de economía mixta, con iniciativa privada vigorosa, un Estado fuerte, alta redistribución, sindicalismo y componentes variables de comunitarismo. Bueno, el mensaje del 21 de mayo de 1990 apuntó a eso.

Aylwin dirigió sabiamente el país, enrielándolo por una senda de progreso llena de baches y trampas, pero superior a cualquier alternativa disponible. Eso no quiere decir que a 26 años del retorno a la democracia debamos seguir las mismas recetas de entonces. Hay otro contexto. El rol de las nuevas generaciones es mostrar que es posible el cambio dentro de la continuidad. Eso no es otra cosa que el otro modelo al cual Chile se encamina.

Fuente: Diario La Segunda. Ver acá