Hoy comenzamos la ofensiva”, decía el comunicado de los estudiantes que el martes irrumpieron en el Palacio de La Moneda, luego de hacerse pasar por turistas. Lo mismo se leía en un lienzo que alcanzaron a desplegar en el Patio de Los Cañones. “Los estudiantes nos cansamos, las familias chilenas se cansaron, Chile se cansó”, agregaban en el texto que enviaron a los medios de comunicación.
Como usted podrá ver, estos muchachos que representan a dos agrupaciones, la ACES y la Feucen, hablan por nosotros. O, al menos, eso es lo que piensan. Era que no. Si llevamos una década jugando su juego, siendo pauteados por sus demandas que, por válidas, no son las únicas ni las más importantes; que por relevantes no son nuestro único problema ni pueden ser el centro del universo.
Los adultos somos grandes culpables. Hemos malcriado a esta generación, hemos permitido que ellos manden en vez de que propongan, hemos cometido el error de darles en el gusto cada vez que han llorado, cuando bien sabemos que así no se educa. Ahora estamos pagando el precio. Los niños se atreven a romper todo tipo de pactos republicanos.
Me tocó estar en la calle la semana pasada, cuando jóvenes de varios colegios municipales de Providencia pararon el tráfico por largo rato, se desvistieron en plena vía pública, le sacaron la madre hasta el cansancio a los carabineros y maltrataron a los conductores de vehículos que trataban de zafar del taco kilométrico.
Sólo derechos. Nada de deberes.Ahora se atrevieron a traspasar La Moneda. Y nos “notifican” que, desde hoy, “comenzaron la ofensiva”. Que el camino es la rebeldía, las ocupaciones, la desobediencia civil. Sé que es poco cool estar en desacuerdo con los estudiantes. Que lloverán los adjetivos del tipo “momio” o “facho”. Pero me atrevo a levantar el dedo para decir que yo, que no represento a nadie, también estoy cansado, pero lo que me agota es esta adolescencia nacional de creer que las cosas se pueden hacer de cualquier manera.
Estoy agotado de ver a cabros, y también a viejos, saltándose todas las reglas de convivencia. ¿En serio este grupo de pendejos cree que tiene derecho a meterse al palacio de gobierno y ensuciar nuestra democracia, esa que tanto nos costó recuperar?
¿Saben cuál va a ser la única consecuencia de vuestro acto temerario, niñitos? Muy simple. Durante un buen tiempo, seguro que nadie más va a poder recorrer el paseo peatonal que atraviesa el Patio de los Naranjos y el Patio de Los Cañones, ese que está abierto al público los fines de semana.
Peor aún, mañana, en esa maravillosa fecha nacional que es el Día del Patrimonio, la Presidenta Bachelet va a tener que pensarlo dos veces antes de guiar a grupos de visitantes por La Moneda, como lo hace todos los años. Y cada uno de los fantásticos espacios públicos que abren en todo el país tendrá que preocuparse de posibles manifestaciones que afecten sus instalaciones y al público que los visita. ¿Querrán abrir sus puertas el 2017?
En resumen, todos perdemos. Perdemos libertad, perdemos confianza, se nos cierran espacios que antes estaban abiertos. Y ganamos miedo, rabia y más desconfianza. Peor aún, el fascismo de los “rebeldes” le da agua al fascismo de los “conservadores”, que usan cada acto de vandalismo en las marchas o cada acto de desobediencia pública para justificar más la necesidad de exigir controles que antes ni siquiera se discutían.
Propongo que hoy comience otra ofensiva: la de los pantalones bien puestos, la de exigir el cumplimiento de reglas mínimas de convivencia, la del respeto a la democracia, la de la educación cívica, la de los derechos asociados a los deberes. ¿Qué tal si empezamos la ofensiva de la adultez?
FUENTE: Blog de Rodrigo Guendelman; LaTercera.com